SACRAMENTO DEL ORDEN SACERDOTAL

La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautismo, todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo. Esta participación se llama «sacerdocio común de los fieles». A partir de este sacerdocio y al servicio del mismo existe otra participación en la misión de Cristo: la del ministerio conferido por el sacramento del Orden, cuya tarea es servir en nombre y en la representación de Cristo-Cabeza en medio de la comunidad. (CEC 1591)

Yo tengo fe… Y porque ésta es para mí más cierta que lo que me puedan decir los sentidos y más clara que el resplandor del sol del mediodía, creo en el Sacramento de la imposición de las manos del Obispo con todos los poderes que el sacerdote del Nuevo Testamento, por ella, de Cristo recibe.

Por lo que veo en él al ungido de Dios que, por medio de los Sacramentos, es capaz, por su palabra sacerdotal, en y por el ejercicio de su sacerdocio, participando de la plenitud del Sacerdocio de Cristo, por el derramamiento sobre él de esta misma plenitud, de hacer lo que sólo el mismo Cristo puede hacer y realizar por su potestad divina como Unigénito de Dios, hecho Hombre por la unión hipostática de su naturaleza divina y su naturaleza humana.

Y al depositar Jesús en manos de sus Apóstoles los Sacramentos, llenándolos de todos los dones, frutos y carismas del Espíritu Santo para la expansión de la Iglesia y santificación de las almas; enviándoles a predicar: «Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura; el que crea y se bautice, se salvará; el que no crea, se condenará»; «como el Padre me ha enviado, así también os envío Yo»27; les dio sus mismos poderes.

 
Leemos en el tema de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia:
«EL GRAN MOMENTO DE LA CONSAGRACION» 
 
 
¡Ay sacerdote, sacerdote…! ¿Qué te hizo Dios al ungirte sacerdote…? Ya sé que no lo pensaste mucho el día de tu ordenación.

Pero ahora yo te digo: ¡mira que eres sacerdote de Cristo…! Hijo mío, sé pequeño. ¡Por amor de Dios!, sé pequeño para que, ante tu pequeñez, el Amor infinito se complazca.

¡Te veo tan pequeño…, tan nada…!, ¡y eres tan sublime ante el acatamiento de la Trinidad…!

Responde como puedas, arrójate en tierra, adora, llora, ¡muérete, si no sabes cómo responder!

¡Qué terrible es ser sacerdote…! ¡Pobrecito…!

Responde, hijo mío, siendo pequeño. Arrójate en brazos de la Santidad infinita, adórala. Besa ese punto del engendrar divino, que todas las mañanas se abre para ti en la consagración.

Eres tú, sacerdote de Cristo, el llamado por vocación divina a entrar en este Sancta Sanctórum de la Trinidad. Eres tú el que tienes que meterte dentro del seno de la Trinidad y besar ese instante-instante de engendrar el Padre a su Verbo para ti, besando con el Espíritu Santo a ese mismo Verbo que sale presuroso ante tu palabra.

Anda, sacerdote de Cristo; ante la terribilidad terrible de este gran misterio, arrójate en brazos de tu Padre Dios, y, lleno de confianza, espera, confía en el amor infinito que la Trinidad te tiene.

Dios no te hizo sacerdote para condenarte, no; sino para que le glorificaras y para salvar a las almas por tu medio.

Tienes en tus manos al Dios terrible de majestad soberana, y tienes en tus manos la salvación del género humano.


Ver escrito completo: «El gran Momento de la Consagración«, tema 36 del Libro «La Iglesia y su Misterio»