EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO

 Significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).

Como preparación para recibir este sacramento, en la parroquia tenemos tres cursillos prematrimoniales al año, uno por cada trimestre, excepto en verano.

Cuenten con ello los novios como preparación para casarse.

«La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio… un vínculo sagrado… no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio» (GS 48,1).

Requisitos para solicitar la celebración del matrimonio en esta parroquia:
 

1.  Partida de Bautismo

2.  Fotocopia del D.N.I.

3.  Fotocopia del Libro de Familia (hoja en la que figura la inscripción de cada contrayente)

4.  Certificado de Cursillo Prematrimonial 

5.  Hacer expediente con presencia de dos testigos

Calendario de cursos de preparación:     Ver Cursillos Prematrimoniales

«MATRIMONIO», en los escritos de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

Yo tengo fe. Por lo que, recibiendo amorosamente las palabras del Divino Maestro:

«¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre »34;  he sentido tanta veneración, tanto respeto a la unión de los esposos, que, por el Sacramento del Matrimonio, queda santificada y elevada a un plano sobrenatural, que me hace exclamar con San Pablo: «Gran misterio es éste, que yo refiero a Cristo y a la Iglesia»35.

Yo tengo fe… Y porque tengo fe mi alma salta de gozo ante las palabras de Dios a nuestros primeros Padres en el Paraíso terrenal: «Creced, multiplicaos y llenad la tierra»36.

Por lo que el día 17 de junio de 2003 exclamaba: «Hijos amadísimos de la santa Madre Iglesia: ¡Almas pido para llenar el seno del Padre!, según su eterna voluntad lo deseó y determinó cuando, al crear a nuestros primeros Padres, los hizo los reyes de la creación; y, poniendo en ellos la apetencia y necesidad de unirse en el amor, los hizo capaces de colaborar en la creación de criaturas racionales, a imagen y semejanza de la misma paternidad divina, bajo estas sublimes palabras: “Creced, multiplicaos y llenad la tierra”.

Por lo que hoy, ante la conciencia que Dios pone en mi espíritu en relación a sus planes eternos sobre la humanidad –los cuales yo tengo que manifestar, por voluntad divina, como el Eco pequeño y diminuto, pero vivo y palpitante, de la Madre Iglesia–, y ahora con relación a cuanto vengo diciendo sobre la unión conyugal por el Sacramento del Matrimonio; pido a cuantos quieran escuchar lo que, de parte del que Es, tengo que comunicar, pero de modo especial a los miembros del Cuerpo místico de Cristo:

que se vayan haciendo conscientes y consecuentes de lo que el infinito Ser soñó con relación a ellos cuando les creó para que, unidos, dando gloria al mismo Dios, llenen sus designios y planes eternos mediante el cumplimiento de su divina voluntad, que espera con su seno abierto su llenura con los hijos creados –mediante la colaboración de los esposos–, sólo y exclusivamente para poseerle, dándoles a vivir de su misma vida, bebiendo en los refrigerantes torrentes de sus manantiales divinos, saciándoles en el convite gloriosísimo y coeterno de su misma divinidad».

Dadle hijos como Dios os pide y me pide, para que vivan, mediante la gracia, por participación, de su misma vida, y se pueda plasmar en ellos la voluntad de beneplácito de Dios según su pensamiento divino lo soñó desde toda la eternidad, para que cuando llegue el día de la eternidad, que es mañana, ¡mañana, no más!, hijos queridísimos y entrañablemente amados, hayáis dado a Dios no los hijos que, según vuestros cálculos, son necesarios y suficientes, sino los que Él pensó y necesitó recibir de cada una de sus criaturas racionales, y de los miembros de la Iglesia, cuando nos creó y predestinó para cumplir sus planes eternos, llenos de designios infinitos, para todos y cada uno de los hombres».

«“Los pensamientos de los hombres, ¡cuán vanos son!”; el pensamiento de Dios, ¡qué infinito, qué divino, qué amoroso y qué eterno!, inclinándose hacia la humanidad caída, en compasión de misericordia y ternura infinita mediante la Encarnación del Verbo, que se inmoló en reparación cruenta y redentora.

Es Dios el que ha determinado y tiene que determinar la realización de sus planes eternos sobre cada uno de los hombres. Y sólo así, cuando se presenten ante Él, habrán llenado completamente el fin para el cual han sido creados, con relación a sus vidas unidas en matrimonio para siempre con el fin de darle “¡hijos para Dios!; ¡almas para su seno!”».